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El olor de los pensamientos

El olor de los pensamientos

Hace un año se iniciaba este blog, comenzó sin premeditación ni alevosía, tal como me gusta iniciar las aventuras, al azar, sin hondas reflexiones, a bote pronto. En el quehacer diario me suelo conducir organizada y planificadamente, analizo los pros y contras con dedicación y esmero y adopto decisiones que podríamos calificar de sensatas; sin embargo, en los asuntos emocionales, y el blog es uno de ellos, me precipito y me dejo llevar como las ramas arrastradas en una torrentera. Así nació, como un impulso y con una promesa autoinfligida de comparecer, al menos, una vez a la semana. Te participo, aunque sea con sordina, que hay semanas que me cuesta escribir, se hace tedioso buscar el tema y ensartar las ideas sobre las que quieres elaborar un rosario de conclusiones. A menudo me siento como el agricultor que aventa la trilla para separar el grano de la paja, pero los aires son difíciles y precarios y hay demasiada granza que pesa tanto como el grano y no acaba de aventarse.

En este tiempo habéis tenido la misericordia de asomaros a esta diminuta ventana 1.500 veces, las estadísticas no identifican a las personas, ni siquiera las lecturas, sólo te da razón de cuántos abren la ventanita y echan un ojo a una determinada página. Los números me suelen dejar frío, pero hubo un día, el 11/11/11, que hubo 11 visitas y esa coincidencia me pareció mágica.

Desde este lado de la pantalla lo ignoras casi todo, te limitas a juntar unas cuantas palabras y, cuando han adquirido un significado que nunca cumple las expectativas de lo que querías expresar, le das a una tecla y el texto queda atrapado en un laberinto de ceros y unos dentro de una placa de silicio, que vaya usted  a saber dónde se encuentra empotrada; quizá esté dentro de un armario gris entre mazos de cables, con leds verdes, naranjas y rojos que parpadean incansablemente. Me gusta imaginar que el armario hace juego con otros cientos que ocupan toda una planta de un rascacielos en Nueva York, Singapur o Hong Kong. Cuando alguien accede desde su terminal esas palabras que yo escribí se empaquetan como si fueran a hacer una mudanza, cada paquete recorre caminos diferentes y, al siguiente instante, hacen su aparición en la pantalla completas y ordenadas, los verbos en sus estanterías, los sustantivos en los anaqueles que les corresponden, los adjetivos adornado las mesas como floreros, las preposiciones diseminadas entre los sustantivos como los separadores de los libros, los adverbios dentro de los cajones del bargueño… Los ordenadores, las tabletas y los teléfonos inteligentes son herramientas que no sólo nos hacen la vida más fácil, sino que consiguen que nuestras voz, tanto hablada como escrita a su través, dé la vuelta al mundo por esos cables de dios, o saltando de antena en antena llegue hasta un satélite orbital sin necesidad de que movamos nuestro trasero. Son los designios del progreso que te permiten abrir una venta al mundo y gritar: ¡Eh, que estoy aquí! Sin embargo, no transmite gestos, tampoco miradas, ni siquiera la textura cálida de las pieles que se rozan. Es todo aséptico, limpio y distante, como un quirófano. Con estos cachivaches no se puede oler el miedo, ni la soledad, ni la rabia, ni se peribe el olor de los pensamientos.

En 1959, el premio nobel de química Adolf Butenandt, aisló y analizó un compuesto liberado por las mariposas de la seda para atraer a los machos, lo llamó “Bombykol”. Se trataba de la primera feromona conocida. Desde entonces se han descubierto multitud de moléculas de señalización química en insectos. Más tarde, hacia finales de los ochenta, se observó que las feromonas estaban presentes en otras especies como langostas, peces, algas, levaduras, bacterias, etc. Así nació una nueva ciencia de la comunicación química que se conoce con el nombre de Semioquímica. Investigadores como Milos Novotny dieron un nuevo paso en los albores de esta ciencia, al conseguir la síntesis de feromonas en ratones que regulaban la agresión entre machos, y se comprobó que estos marcadores químicos de los mamíferos eran muy semejantes a los que se habían descubierto en insectos. Fue Rasmussen en 1966 quien descubrió que una feromona sexual segregada por las hembras de elefante asiático con fines reproductores, era químicamente idéntica a la utilizada por más de cien especies de polillas y mariposas  nocturnas. McClintock, directora del Instituto de la Mente y la Biología, en la Universidad de Chicago, está estudiando la comunicación química entre humanos, tratando de identificar las moléculas que intervienen en ella para conocer y comprender las funciones fundamentales que desempeñan; para ello se ha centrado en una de las quimioseñales más potentes, el esteroide androstadienona, una pequeña molécula que se cree funciona como feromona humana y actúa como una señal química que indica pertenencia a una especie, influyendo en la psicología y en la conducta.

Te he hecho esta breve sinopsis de los avances de la Semioquímica para confiarte que, a través de mis palabras, tal vez consiga mostrarte el miedo, la ira o el desánimo, pero no es posible hacerte llegar los marcadores químicos que acreditan el olor de mis pensamientos. Mejor así, todo limpio, aséptico, neutro.

J. Carlos