Archivo diario: 15 enero, 2020

Aplicaciones

 

Me he bajado una aplicación para calificar los alimentos. Basta con acercar el móvil al código de barras del producto para que lo reconozca de inmediato, lo puntúe y desglose su peso en grasas saturadas, aditivos, azúcar, etc. He escaneado los envases que tengo en el frigorífico y el resultado es patético: dos excelentes, uno bueno, cuatro malos y el resto mediocres. Tengo la mochila de la culpa más cargada que un asno de pastor con cántaros de leche, es lo que tiene haber recibido una educación católica. Ya me fustigaba cuando me echaba al coleto unas lentejas con su chorizo picante de León o, entre horas, picaba unas lonchas de queso de cabra y rodajas de fuet de Casa Tarradellas con un vino de Toro, imagínate ahora cómo se te queda el ánimo si te comes un yogur con bífidus activo que la aplicación califica como mediocre, y eso que lo haces para evitar un postre dulce. No te niego que, si se viralizan estas aplicaciones, los productores se pondrán las pilas para que mejore su clasificación y comeremos más sano, en el entretanto habrá que encopetar un poco más la mochila de la culpa. Daba gusto de niño, ibas al confesionario te acusabas de practicar el pecado de la gula y al precio de tres Ave Marías el sacerdote te dejaba el rincón del alma donde habita el remordimiento limpio como una patena.  Además, no te exigía los detalles morbosos de con quién, dónde y cuántas veces pecabas, ni siquiera te reconvenía con aquello de que esos apetitos desenfrenados terminarían licuándote el cerebro. Esa mancha indeleble de la culpa que te inflige la aplicación la puedes disimular con la penitencia del deporte, condenándote a prescindir del postre o hartarte de vez en cuando a comer verdura como las vacas, pero ¿cómo te libras del sentimiento filicida de estar alimentando a tus vástagos con productos malos, incluso mediocres, que alicatarán de colesterol sus vasos sanguíneos o endulzarán su sangre hasta que revienten?

Con la edad se pierde estatura, los médicos te dirán que son fenómenos físicos de acercamiento de vértebras debido a la gravedad, desgaste de cartílagos y hasta pérdida de masa ósea. No es toda la verdad, en esa ecuación falta el peso de la culpa. Te digo más, si midieran a los veinteañeros en toda Europa y los volvieran a medir al cabo de cincuenta años se acreditaría que, con el paso del tiempo, los españoles tendríamos la bóveda craneal más cerca del suelo.

Dentro de unos meses existirán aplicaciones que escanearán el aire y te aconsejarán no salir de casa o no comprar ese piso porque en ese barrio los bronquios se degradan con rapidez. Más adelante habrá móviles que escanearán tu coche o el avión en que piensas volar y lo calificarán, pero si resulta mediocre o malo recibirás una notificación de tu seguro advirtiéndote de que no te cubre en caso de accidente. Como esto es un no parar, en unos años, antes de salir de casa tendrás que dirigir tu móvil al retrete donde humea tu deposición para que te diga si detecta alguna anomalía en tu organismo, después, mientras te peinas, el espejo te mirará al fondo de los ojos para detectar las fracturas psíquicas y mentales que te aquejan, en caso de gravedad te inyectará un tranquilizante y avisará a los loqueros. Con ello quiero decirte que habrá aplicaciones para todo: escribirán poesía, compondrán música, te harán el amor y conducirán tu coche.

Ojalá desarrollen una aplicación para el móvil que te perdone las culpas y te redima, como la que inventó la religión católica y que está en todas las iglesias. Tiene forma de cueva presidida por una cruz. Es un mueble ancho y alto, de madera, con dos celosías a los lados y unos estribos para arrodillarse, tiene también una puerta con una hoja y, encima, un vano con cortinas moradas. Dentro, un cura sentado en una tabla con cojín de terciopelo levanta la mano en el aire dibujando una cruz y pronuncia: ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. En ese preciso instante desaparecen las culpas como si estuvieran escritas a lápiz y le pasaran una goma de borrar. Si midieran al devoto antes y después de pasar por esa aplicación analógica te aseguro que sería unos milímetros más alto. Si lo pesaran habría perdido unos gramos o unos kilos, basta ver cómo llegan los penitentes cabizbajos con los pies a rastras y cómo se van tan ligeros que parecen levitar tras cumplir la penitencia.

          J. Carlos