Dana

La gota fría ahora se llama Dana porque los nombres, como todo, envejecen, se agotan y mueren. Para entendernos, una Dana es una burbuja de aire frío que se coloca encima del mar Mediterráneo cuando más calor acumula y más evaporación se produce. Tú puedes hacer una Dana casera, saca del frigorífico en verano una botella de agua helada y, en segundos, sudará gotas por toda su superficie. Acuérdate de cuando hacías el amor en el coche en las noches frías de invierno, producías tanto calor que, al contacto con los cristales fríos, se empañaban.

El Levante tiene todas las papeletas para sufrir esta maldición porque tiene una orografía picada de montañas a los pies del mar, que impide que los trenes de nubes se desplacen hacia el interior de la península. Ya sé que es hora de lamentar las víctimas, consolar a sus familias, ser solidario y ayudar a la reconstrucción de tanto desastre. Pero también es hora de que pongamos la venda en la herida y no me refiero a las simplezas de siempre: es que han permitido construir en los cauces de arroyos, barranqueras y ríos -no en vano, muchas de las calles principales se llaman ramblas-; tampoco me refiero a la lógica recriminación de que es preciso profundizar y limpiar, en verano, todos los cauces grandes, pequeños, medianos, desbrozar todas las riberas y reforzarlas. Eso también, claro, pero no dejan de ser paños calientes.

El cambio climático está aquí y ha venido para quedarse. El agua del mar está cada vez más caliente y, por pura física, estos fenómenos meteorológicos se van a multiplicar. Y lo que es peor, serán cada vez más devastadores y peligrosos. Habrá que crear más riqueza porque tendremos que aplicar, cada año, un porcentaje significativo del PIB para paliar las catástrofes derivadas de incendios e inundaciones.

El 14 de octubre de 1957 hubo 81 muertos en Valencia por el desbordamiento del río Turia, pilló desprevenido a los valencianos porque todavía no había empezado a llover en la ciudad cuando el agua se salió de su cauce, después, encima, llegó la lluvia. En evitación de estas catástrofes cronificadas cada cierto tiempo, desviaron su cauce. Resultado, no han vuelto a producirse.

El agua, por pura física, atraída por la fuerza de gravedad va a buscar su cauce y, si se entorpece o se tapona su salida natural, buscará los lugares más bajos hasta alcanzar su destino en el mar. Quizás, en vez de enterrar todos los años a unos cuantos compatriotas, tirar al lodo el esfuerzo de protección civil, bomberos, policía, UME, sanitarios, etc. y aflojar la pasta del contribuyente a través del Consorcio de Compensación de Seguros, deberíamos aprender a conjugar el verbo prevenir.

No hace falta ser Ingeniero de caminos, canales y puertos para concluir que el cauce de todos los ríos, arroyos y torrenteras, especialmente en zonas bajas, deberían estar mejor regulados. No creo que fuera tan costoso construir cada equis kilómetros, pongamos 20; un azud desde el río que conduzca el agua sobrante, cuando supere un determinado nivel, a un embalse con el cubicaje necesario. Tampoco creo que sea un dispendio construir, rodeando las ciudades, dos cauces nuevos al río. De forma que, aunque el río discurra por el centro de la villa, si viene con un caudal peligroso desviar una parte del caudal al ramal derecho y, si todavía fuera necesario, desviarlo también por el caudal izquierdo. De esta forma podríamos duplicar la capacidad del agua embalsada y no la devolveríamos al mar, como hacemos ahora gratis total y, como ha sucedido en Valencia, seguramente evitaríamos una gran parte de las catástrofes que no sé porqué seguimos llamando naturales. Con la capacidad humana y técnica que tenemos en España sería un juego de niños y, respecto al coste, no creo que salga más caro que la línea de AVE a Galicia, pongo por caso. En cuanto a la rentabilidad, no hay color, se amortizaría con la capacidad hidroeléctrica que se generaría para los siguientes años.

Seguir lamentando la pérdida de vidas humanas, darnos golpes de pecho después de la devastación, homenajear a nuestros héroes –que los hay-, aflojar la cartera en solidaridad, sacar las esculturas de las iglesias para que nos preserven de otras riadas, pretender tirar todo lo construido en ramblas y demás sitios inundables… es muy loable, pero resulta tan inútil como el esfuerzo del niño que intenta vaciar el mar con un cubo amarillo o rojo.

Curioso país con las mejores carreteras y vías de ferrocarril para que discurran los coches y trenes de alta velocidad, pero con los peores cauces para que discurra el agua y con pocos embalses para aparcarla.

  J. Carlos

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