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El Photoshop genómico y el efecto mariposa

Peces cebra

Hay noticias que asustan. Los periódicos las esconden como el niño esconde el balón dentro de su camiseta pensando que nadie apreciará su impostura. La noticia que hoy nos tapan, entre una maraña de información baladí, es que hay cuatro laboratorios chinos editando el genoma en embriones humanos. Junjiu Huang y su equipo de la Universidad Sun Yat-sen en Guangzhou, han sido los pioneros. Sólo han conseguido corregir el gen mutante en el 50% de los embriones, con el agravante de que se han producido efectos colaterales en forma de mutaciones. Oficialmente la cosa ha salido mal. Todos felices.

Hace 4.000 millones de años que apareció la vida sobre la Tierra y, hasta ahora, los seres vivos recombinábamos nuestro ADN dejando que el proceso natural del azar y la necesidad se encargara de la evolución. Esa misma evolución ha dado lugar a una especie, la humana, que ha conseguido quebrar ese proceso natural y manipularlo.

Aunque desde hace más de 8.000 años los agricultores han venido cruzando las plantas y los animales para modificar sus características, no fue hasta 1866 que, el agustino Gregor Johann Mendel, formuló sus famosas leyes sobre hibridación de las plantas. Los hombres no hacían más que combinar a ciegas todos los genes de dos plantas hasta encontrar la combinación buscada, pero en abril de 1953, Watson y Crick abrieron la Caja de Pandora al descubrir la estructura del material genético. Veinte años más tarde, Herbert Boyer y Stanley Cohen consiguieron transferir ADN de una bacteria a otra. Había nacido la Ingeniería genética, que posibilitaría la recombinación de los ladrillos de la vida y su cruce entre especies distintas.

En 1983 se creó la primera variedad transgénica de tabaco. Desde entonces,  la manipulación genética en vegetales suma más de 40 variedades de cultivos transgénicos. Unos incrementan la producción, otros contienen más vitaminas, los hay que retardan su maduración para facilitar el transporte, y los más, son inmunes frente a plagas de insectos, malas hierbas y otras enfermedades. En tu despensa, seguramente, tendrás alimentos como arroz, maíz o tomates a los que se le  han incorporado en el laboratorio ciertos genes que controlan esos caracteres. Dentro de unos años -las variedades ya están creadas en laboratorio- el médico te recetará la ingesta de  tal pieza de fruta y tantos gramos de arroz, trigo o maíz con el fin de vacunarte contra una enfermedad o, para que tengas anticuerpos que luchen contra infecciones víricas.

Si la manipulación genética en las plantas da lugar a distintas variedades, con  los microorganismos se crean nuevas cepas. Así, se utilizan virus modificados que introducen genes en el ADN humano para curar enfermedades derivadas de desórdenes genéticos como la inmunodeficiencia combinada grave y otras. Existen bacterias y levaduras a las que se les inyecta genes humanos que producen, de forma eficiente y barata, insulina, la hormona del crecimiento, el factor de coagulación, o vacunas como la de la hepatitis B, que se “fabrica” con levaduras a las que se ha insertado un gen para producir el antígeno presente en la envoltura del virus. En 2010, Craig Venter y su equipo dieron un nuevo paso en la historia de la vida sobre la Tierra, crearon una bacteria “sintética”. El proceso fue el siguiente, fabricaron en su laboratorio cada una de las unidades de ADN de una especie de bacteria Mycoplasma mycoides y las ensamblaron como un puzzle; después vaciaron de material genético una célula de otra especie de bacteria, la Mycoplasma capricolum, y le insertaron el material ensamblado.

Ese mismo año, 2010, se crearon mosquitos resistentes a la malaria, mediante manipulación genética, salvando cientos de miles de vidas. Otro mosquito modificado genéticamente produce un gel letal para combatir a otros insectos que son los causantes de la dispersión del dengue. Hay decenas de otros ejemplos, sólo te añadiré uno más que me ha llamado la atención porque es muy sofisticado: se ha desarrollado una especie de oruga que contiene un marcador fluorescente en su ADN, lo que permite a los investigadores su seguimiento para esterilizarlas por radiación y liberarlas en los cultivos para reducir las plagas causadas por estos insectos.

La creación de nuevas razas de animales la inició Rudolf Jaenisch, en 1973, que “fabricó” un ratón transgénico, aunque no logró que la modificación genética se transmitiera a sus descendientes (la transmisión hereditaria no se consiguió hasta 1981). En la década de los 80 se crearon ratones, ratas, conejos y cerdos transgénicos para obtener modelos de enfermedades humanas e investigar con ellos, incluyendo el primer carcinoma producido por un oncogén. Lo más llamativo por noticioso, aunque no lo más importante desde el punto de vista científico, fue la clonación, en 1996, del primer mamífero utilizando una célula adulta, la oveja Dolly. Hoy día se comercializan gatos y perros hipoalergénicos, para evitar que produzcan reacciones alérgicas a sus dueños. También se venden peces Cebra fluorescentes, como los de la foto de portada. Resultan tan lindos. Yo quiero un loro que cante La Traviata y que los colores de sus plumas formen una puesta de sol.

Tenemos ya virus, bacterias, hongos, plantas, insectos, peces, aves y mamíferos transgénicos cuyos genes se cruzan, se quitan, se silencian y, cuyas modificaciones se transmiten a sus herederos. ¿Qué pasa con el hombre?

Lo que sabemos es que, desde que se publicó la secuenciación definitiva del genoma humano, el 15 de febrero de 2001, en las revistas Nature y Science, su utilización ha tenido tres vertientes: La terapia génica: Que consiste en que, una vez cartografiadas sus posibles enfermedades hereditarias, esto es, conocidos cuáles de sus genes están defectuosos o ausentes, se inserta una copia funcional de ese gen o genes. Su eficacia todavía es limitada, puede insertarse donde no debe, o activar un oncogén, o que interfiera en la actividad de otro gen. En suma, puede ser peor el remedio que la enfermedad. La terapia farmacológica: Que trata de neutralizar las alteraciones y anomalías que se han observado en la secuenciación, suministrando fármacos que neutralicen las alteraciones y modifiquen el curso de la enfermedad. La medicina predictiva: Conocidas las combinaciones de genes que resultan peligrosas se pueden diagnosticar las probabilidades de sufrir tal o cual enfermedad. Este es el caso de la actriz Angelina Jolie que, se ha sometido a una operación de extirpación de ovarios al conocer, mediante la secuenciación de su genoma, que heredó una mutación que predispone a padecer cáncer en esos órganos.

El proceso para jugar al solitario de la vida con los naipes del genoma era lento y caro, sólo algunos laboratorios podían acceder a la partida, pero hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad  -que decía Don Sebastián en la Verbena de la Paloma- y desde 2013 se utiliza un sistema barato y eficaz, llamado CRISPR/Cas para la edición del genoma. Este sistema aprovecha las secuencias de bases que se repiten en forma de palíndromos –se pueden leer de derecha a izquierda y viceversa- y permite, simplificando mucho, cortar secuencias y agregarlas, interrumpirlas o combinarlas. Lo que viene a ser un Photoshop genómico –corta y pega-. Los cuatro laboratorios chinos –y, seguramente otros que permanecen en silencio por ahora- utilizan esta nueva técnica para recomponer los ladrillos de la vida de un embrión. Bien es verdad que el equipo de Junjiu Huang ha trabajado con embriones donados por clínicas de fertilidad, que resultan inviables porque proceden de óvulos fecundados por dos espermatozoides, lo que da lugar a tres juegos de cromosomas y mueren enseguida.

Con el fin de tutelar  la dignidad y los derechos del hombre cualesquiera que sean sus características genéticas, la Unesco aprobó, el 11 de noviembre de 1997, La Declaración Universal sobre el Genoma y Derechos Humanos que, considera al genoma humano patrimonio de la humanidad y declara que, “No deben permitirse las prácticas que sean contrarias a la dignidad humana, como la clonación con fines de reproducción de seres humanos”

La ciencia es como la vida: audaz, curiosa, aprende con el juego del acierto y el error y es imparable. Estoy seguro de que, en pocas décadas podremos programar, antes de irnos a la cama, una máquina en nuestra cocina para que al día siguiente tengamos una mata de sabrosos tomates rojos, una lechuga verdiblanca de hojas carnosas, dos calabacines y un filete de carne de lomo bajo de ternera. En los barrios de postín de las ciudades de los países ricos, los niños serán rubios, con ojos azules, estirados, musculosos, inteligentes e inmunes a multitud de enfermedades. Ignoro si mis ojos verán esos prodigios porque ya vieron muchas cosas y les falta tiempo.

No voy a entrar aquí en disquisiciones éticas, el orbe ya cuenta con filósofos, sociólogos, políticos, escritores, científicos… y un sin número de moralistas de todas las creencias y religiones que, analizarán las consecuencias de este nuevo “poder” del hombre, que le permite barajar las cartas de la vida y sentirse como dios.  Básteme enunciar el efecto mariposa: «el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo«. En un sistema dinámico como el de la vida en la Tierra, cuyas factores evolutivos se demoran por cientos de miles de años, si introducimos elementos muy perturbadores en las características intrínsecas de miles de especies y en unas pocas décadas, lo normal es que, más pronto que tarde, se produzcan efectos considerables y tal vez nocivos. Sólo en los últimos 20 años se han extinguido 27 especies de animales. Desconocemos cuántas especies de virus, hongos o plantas, han desaparecido por nuestro modo de vida, ni las consecuencias que puede tener para nuestra supervivencia. Sólo aporto un dato, la población de las abejas está disminuyendo de forma alarmante, pocos saben que polinizan el 84% de los cultivos comerciales europeos y el 80% de las plantas salvajes.

Vaya a ser que no encontramos otras civilizaciones en el universo, no porque hayan destruido sus planetas a bombazo limpio, o hayan sido aniquilados por la inteligencia artificial creada por ellos mismos, sino porque llegados a un nivel de conocimiento avanzado, se pusieron a tirar los dados de la vida y, a lo peor, resulta que es como jugar a la ruleta rusa.

J. Carlos